Textos sobre su obra

Sin piel


Busco una respuesta a la pregunta ¿la pintura se muere? De acuerdo: como el fuego. He aquí un ejemplo. Para un pintor verdadero los augurios sobre la muerte de la pintura le enfrentan con su propia muerte. Su pintura extrae fuerzas de la agonía. No se niega a morir, pues su estertor se confunde con su plenitud. Le sucede a la llama. Sin sentimentalismo, sin rehuir del horror, con la insolencia de la luz que se consume en su apogeo.

Es lo primero que vi en el estudio de Juan Díaz, no más iluminado que una gruta. Como una antorcha, la luz dura, casi cegadora de estos lienzos se filtraba en una penumbra densa, profunda. Tenía la sensación de asistir a un comienzo, no a un final. El estudio no precisaba otra luz. También las pinturas más remotas se concibieron en la oscuridad de una caverna.

¿De dónde viene esa luz? Lo que parece claro, cuando se contemplan sus cuadros, es el lugar en el que realmente habita el pintor. No en las ideas artísticas. Ha aprendido a vivir como un gusano en la realidad física de las cosas. Pienso en los desnudos no muy distintos de sus ventanas igualmente desnudas. En una mirada inicial sobresale en primer plano la materialidad de la vida. La luz revolotea e ilumina rostros, manos y cuerpos, carne que se prolonga más allá de la forma. Carne que como ladera no oculta el interior de la montaña. En esa apariencia, que en el naturalismo o realismo español es recipiente donde rebosa su esencia, el gusano abre agujeros secretos. ¿Qué veo? Tengo la sensación de que los cuadros están pintados desde dentro.

Porque por todas partes hay indicios de que la luz rebasa el dibujo y el color. Estoy hablando de un excepcional dibujante que ha llegado a comprender los límites expresivos del dibujo cuando encalla en una forma. Estoy hablando de un excepcional colorista que ha sabido sacudirse la fácil fascinación del color. La luz se lo ha mostrado.

¿Cuál es el color de la luz? Ninguno. Cuando entra por una ventana abandona los colores del exterior. Cuando cae de lo alto suelta el color del cielo. Lame momentáneamente todos los colores. Los refleja, esparce e impone en otro lugar, lejos de ellos mismos. Lo propio de la luz es este temblor. El temblor de la vida que en ocasiones parece surgir de dentro de las cosas. Es esa ternura que se percibe en el Retrato de Milagros. Incluso donde la luz no llega, vibra la profundidad de las sombras, sus verdes, ocres, negros perdidos en el espacio.

Para esta luz no hay piel. Se introduce en el lienzo como una indagación, a veces como un feroz interrogatorio. Y el pincel le sigue desollando y exprimiendo el pellejo de lo visible. La mano del pintor estrujando el pincel y el pincel, a su vez, estrujando la superficie del cuadro. En sus desnudos, ¿cómo no captar un desafío? Son intemperie descarnada frente a la mirada que quisiera desentrañarlos y poseerlos.

Buscaba una respuesta a la pregunta ¿la pintura se muere? Me quedo con la imagen de ese impulso. Una mirada que sigue ahí fornicando, perfectamente visible en el cuadro terminado. En todos ellos veo esa mirada intempestiva, que sin embargo nos devuelve la ambición de la pintura para contar ese mundo frágil, brutal, cruel, tierno, absorbido por la luz, donde todo se muestra espontáneamente físico.


Ramón Mayrata
Texto para el catálogo de la exposición Sin piel 
Galería de arte Orfila, Madrid, abril-mayo de 2000



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Contra la realidad


La pintura es una cuestión de ojos. La gran pintura es cuestión de talento, sobre todo de talento visual.

La luz es una ráfaga de ojos. El color son las manos de la luz.

Los ojos de Juan Antonio Díaz ven en la oscuridad, dentro de su oscuridad, que es donde está la claridad más clara.

La oscuridad distorsiona lo que esos ojos ven. No es figuración convencional.

La oscuridad borra sus sombras. No es abstracción.

Los ojos de Juan Antonio Díaz se miran en el espejo de la oscuridad. ¡Es desfiguración!

Pintura contra la realidad. Más allá de las sombras. ¡En el asombro que produce lo genial!



Ángel Guinda
Texto para el catálogo de la exposición en la
Galería Speed & Bacon, Madrid, septiembre-octubre de 2012




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Ojos en los mismos ojos 
La pintura de Juan A. Díaz


Para un verdadero pintor los augurios sobre la muerte de la pintura se enfrentan con su propia muerte. Así es en el caso de Juan A. Díaz. Su pintura extrae fuerzas de la agonía. Para él pintar es vivir muriendo, desangrándose en pintura.

Siempre le recuerdo en estudios oscuros, en los que la luz emana de los lienzos. Parece sobrevivir en esa gruta primordial donde se originó la pintura, enfrentada a la oscuridad densa y profunda que es el universo para el ser humano.

Buscando la luz sus pinceladas agujerean la piel de lo visible. Pinta lo que no es apariencia. En un mundo de realidades virtuales y reflejos, Juan A. Díaz somete a un feroz interrogatorio a la realidad física de las cosas.

Su pintura persiste en ir más allá de lo que se ve. Sin duda es un dibujante excepcional y un espléndido colorista. Pero evita que el dibujo encierre en una forma concreta y única una realidad que es múltiple. En cuanto a los colores no tiñen lo invisible, no lo revisten, lo desnudan, diluidos en la luz, que es incolora.

Cada pincelada es tensión, temblor, devastación que destruye y recrea. En cualquier manifestación actual del arte late implícita la preguntaque pone en cuestión el sentido del arte mismo. A través de su obra Juan A. Díaz responde mediante otra pregunta: ¿podemos renunciar a una mirada que desconfía de nuestra propia mirada? Una mirada que nos proporciona —la frase es de Gracián— «ojos en los mismos ojos, para mirar como miran».


Ramón Mayrata
Texto para el catálogo de la exposición en la
Galería Speed & Bacon, Madrid, septiembre-octubre de 2012